La neurociencia como aval del método Montessori

En los últimos años, los avances de la neurociencia han confirmado muchas de las observaciones que María Montessori realizó a principios del siglo XX. Hoy sabemos, gracias a estudios del cerebro y del desarrollo infantil, que el aprendizaje no ocurre de forma lineal ni uniforme, sino a través de experiencias significativas que involucran los sentidos, la emoción y la motivación.

El método Montessori se fundamenta en la idea de que el niño aprende mejor cuando elige, explora y descubre por sí mismo, en un ambiente preparado que le brinda seguridad y libertad. La neurociencia ha demostrado que esta autonomía activa las áreas del cerebro relacionadas con la motivación intrínseca, potenciando la memoria y la concentración. Así, lo que Montessori llamaba periodos sensibles se entiende hoy como ventanas críticas de desarrollo neuronal, en las que el cerebro está especialmente dispuesto a adquirir ciertos aprendizajes, como el lenguaje o la coordinación motriz.

El uso de materiales concretos y multisensoriales en Montessori también encuentra respaldo en la neurociencia. Cuando el niño manipula, explora y repite, se fortalecen las conexiones neuronales y se consolida el conocimiento de manera más profunda que a través de la simple instrucción. Además, la libertad de movimiento en el aula estimula el desarrollo de la corteza prefrontal, clave para la autorregulación, la toma de decisiones y el pensamiento creativo.

Otro aspecto en el que convergen la neurociencia y Montessori es en la educación emocional y social. Se ha comprobado que un ambiente de paz, respeto y colaboración reduce los niveles de estrés, favorece la plasticidad cerebral y mejora la capacidad de aprender. De ahí que la educación para la paz, presente en cada espacio Montessori, no sea solo un ideal, sino también un requisito biológico para el desarrollo saludable del cerebro.

En conclusión, la neurociencia no solo confirma la validez del método Montessori, sino que lo avala como una propuesta de aprendizaje integral que responde a las necesidades reales del cerebro en desarrollo. Lo que hace más de un siglo fue intuición y observación rigurosa, hoy cuenta con la evidencia científica que demuestra que aprender con libertad, propósito y respeto por el ritmo del niño es la mejor manera de formar seres humanos plenos, autónomos y conscientes.

Scroll al inicio